jueves, 6 de marzo de 2014

Introspección

Quiero mirar pa' adentro, a lo que se esconde en mis entrañas; mis mentiras y certezas, todos los miedos, las virtudes que cada persona y cada momento han improntado en mí. Mirar pa' adentro para ver todo lo que hay afuera.


Mirar pa' adentro no para alimentar mi egoismo sino por una necesidad desmedida de proyectar mi esperanza en el silencio y poder volver haciendo mucho ruido. Mirar pa' adentro y apuñalar toda la insidia que ha absorbido cada poro de mi piel de esta sociedad tantas veces malintencionada.


Mirar pa' adentro y sacudirme toda la necesidad de ser parte de un todo y trascender siendo parte de algo, un algo pequeño pero que no surja de la necesidad sino de la convicción.


Mirar pa' adentro y perdonar todas mis incoherencias, dejar a cero el contador y volver a equivocarme tantas veces como haga falta para volver aprendiendo lecciones ya olvidadas. Mirar pa' adentro para hacer todo lo que me sale de las tripas sin que lo vano me imponga límites.







Del deber de la desobediencia civil


"No es deseable cultivar por la ley un respeto igual al que se acuerda a lo justo. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en todo momento lo que considero justo"
Henry David Thoureau. Del deber de la desobediencia civil

La desobediencia civil ha sido, históricamente, y es aún hoy el mecanismo más eficiente para la participación ciudadana. Ésta representa seguramente el único vehículo efectivo para la transformación de aquellas cuestiones que, a pesar de estar recogidas en la legislación, son a todas luces injustas y más si tenemos en cuenta la escasez de medios para la toma de decisiones más allá de las elecciones cada cuatro años. Elecciones, sujetas a representantes que aspiran a ostentar el poder para seguir privilegiando a las minorías poseedoras de los medios de producción capitalista y de las cuales, o bien forman parte, o bien aspiran a ello. Las leyes, como elementos del mantenimiento del orden social establecido son en muchas ocasiones arbitrarias y por ende injustas, de ahí que los grandes cambios de la historia se llevasen a cabo practicando la desobediencia. Uno de los ejemplos más evidentes de la historia podría ser la desobediencia civil practicada para la consecución de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, también ejemplos más próximos y recientes como la insumisión ejercida en España con la objeción de conciencia respecto al servicio militar obligatorio.
Bajo las siglas PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca o Plataformas stop desahucios) se encuentra el mejor ejemplo de que la participación ciudadana cuando se produce de forma masiva puede influir no solo en la toma de decisiones si no sobre todo en la construcción de una conciencia colectiva que haga irremediable el cambio. El ejemplo de que estas plataformas han influido en la toma de decisiones no viene, como es evidente, de la mano de las diferentes chapuzas que desde el gobierno se han llevado a cabo para intentar convencer a la opinión pública de que el problema ha sido solucionado. El ejemplo al que me refiero es que a estas plataformas nos ha surgido un extraño compañero de cama como es la Unión Europea, un organismo que genera tanta desconfianza como los gobiernos nacionales que lo agrupan pero que a su vez ha sacado los colores a quienes se han alternado históricamente el poder desde el fin de la dictadura; y lo han hecho tildando a nuestra legislación hipotecaria de ilegal y abusiva, concediendo a estas plataformas el premio al ciudadano europeo 2013 y paralizando desahucios desde su tribunal de derechos humanos de casas "re-apropiadas" por y para la ciudadanía. Todo esto ante la falta de alternativas ocupacionales para aquellas personas desposeídas de su dignidad. El éxito se encuentra, más si cabe, en la
transformación que ha sufrido a raíz de este movimiento el concepto de ocupación; algo que hasta hace pocos años se percibía como una lacra marginal es ahora una cuestión que se reconoce cada día por más personas como una opción lícita. Aunque no lo suficientemente extendida todavía como para plantear problemas más serios al sistema como bien podría ser el cuestionamiento del concepto de propiedad privada.
La indignación que sacudió nuestras dormidas conciencias hace más de dos años con el movimiento 15m no es suficiente si ésta no es reactiva, prueba de ello es que aquello que ha sumido en el silencio a este famoso movimiento es lo mismo que ha hecho extensivo a toda la sociedad los movimientos de stop desahucios: La constancia, o la falta de ésta. Todos nuestros esfuerzos no sirven de nada si éstos no van dirigidos de manera constante y organizada hacia cambios estructurales en modelos endémicos, modelos que nunca han funcionado para todos pero que hasta hace poco parecía tenernos conformes y callados por contentar a la mayoría.
Si nuestra democracia no nos ofrece elementos suficientes para la participación y el cambio, debemos organizarnos para avanzar hacia un nuevo modelo alejado de los miedos que durante la transición hicieron decidir a nuestros padres y abuelos bajo la coercitiva y alargada sombra de la dictadura. Pero ¿pueden unas pocas personas cambiar este sistema? ¿Hasta que punto estos movimientos y su forma de proceder pueden extrapolarse a otros ámbitos? ¿está España preparada para una revolución?
España vive sumisa a una cultura globalizada del miedo, un miedo viral que nos hizo soportar un régimen fascista durante 40 años, un miedo aprendido que nos inmoviliza y que nos haría soportar cien dictaduras más porque, cabe preguntarse ¿es nuestro modelo realmente una democracia? objetivamente yo proclamo que no lo es. Al margen del sistema electoral o la falta de mecanismos que faciliten la participación, todos albergamos en nuestras conciencias la certeza resignada de que las decisiones que nos afectan son tomadas por organizaciones que de lejos trascienden los límites de nuestras fronteras y de las propias esferas de la política internacional. Lo que caracteriza a la tiranía moderna es que ésta no puede ser identificada y es por eso que nos resulta prácticamente imposible acabar con ella; también la caracteriza que ha conseguido hacernos creer que la necesitamos para seguir acumulando los bienes materiales que nos proporciona. Si la tuviésemos frente a nuestros ojos le venderíamos nuestras almas por un iphone5.
Una revolución entendida como una transformación profunda en los organismos políticos,
económicos y sociales requiere de millones de revoluciones individuales que nos impidan repetir los mismos modelos que una y otra vez se nos han revelado como inútiles y perversos, requiere de millones de individuos que se nieguen a sostener a las mismas instituciones rancias y obsoletas cuya máxima expresión, aunque no la única, son los partidos políticos.
El empoderamiento del pueblo hacia un cambio estructural pasa primero por deconstruir todo lo que hasta ahora dábamos por verdadero y segundo por acabar no solo con los modelos y formas de gobierno arcaicas y perpetuadas por el poder si no con aquellos que las sostienen; bien sea mediante el mantenimiento del orden establecido, bien mediante quienes defienden que existen vestigios de dignidad en la política institucionalizada. La política institucionalizada (intencionada y perversamente institucionalizada) anda por ahí moribunda y vamos a perder la magnífica oportunidad de rematarla, la oportunidad histórica de gritar a pleno pulmón: “la política institucionalizada ha muerto” ha muerto víctima de aquellos a quienes despojó de su condición de ser humano, víctima de un pueblo que se negó a seguir obedeciendo.


Si la revolución llega, no temáis, seguro que no comenzará en la puerta de nuestras casas.