"No
es deseable cultivar por la ley un respeto igual al que se acuerda a
lo justo. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de
hacer en todo momento lo que considero justo"
Henry
David Thoureau. Del deber de la desobediencia civil
La
desobediencia civil ha sido, históricamente, y es aún hoy el
mecanismo más eficiente para la participación ciudadana. Ésta
representa seguramente el único vehículo efectivo para la
transformación de aquellas cuestiones que, a pesar de estar
recogidas en la legislación, son a todas luces injustas y más si
tenemos en cuenta la escasez de medios para la toma de decisiones más
allá de las elecciones cada cuatro años. Elecciones, sujetas a
representantes que aspiran a ostentar el poder para seguir
privilegiando a las minorías poseedoras de los medios de producción
capitalista y de las cuales, o bien forman parte, o bien aspiran a
ello. Las leyes, como elementos del mantenimiento del orden social
establecido son en muchas ocasiones arbitrarias y por ende injustas,
de ahí que los grandes cambios de la historia se llevasen a cabo
practicando la desobediencia. Uno de los ejemplos más evidentes de
la historia podría ser la desobediencia civil practicada para la
consecución de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos,
también ejemplos más próximos y recientes como la insumisión
ejercida en España con la objeción de conciencia respecto al
servicio militar obligatorio.
Bajo
las siglas PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca o Plataformas
stop desahucios) se encuentra el mejor ejemplo de que la
participación ciudadana cuando se produce de forma masiva puede
influir no solo en la toma de decisiones si no sobre todo en la
construcción de una conciencia colectiva que haga irremediable el
cambio. El ejemplo de que estas plataformas han influido en la toma
de decisiones no viene, como es evidente, de la mano de las
diferentes chapuzas que desde el gobierno se han llevado a cabo para
intentar convencer a la opinión pública de que el problema ha sido
solucionado. El ejemplo al que me refiero es que a estas plataformas
nos ha surgido un extraño compañero de cama como es la Unión
Europea, un organismo que genera tanta desconfianza como los
gobiernos nacionales que lo agrupan pero que a su vez ha sacado los
colores a quienes se han alternado históricamente el poder desde el
fin de la dictadura; y lo han hecho tildando a nuestra legislación
hipotecaria de ilegal y abusiva, concediendo a estas plataformas el
premio al ciudadano europeo 2013 y paralizando desahucios desde su
tribunal de derechos humanos de casas "re-apropiadas" por y
para la ciudadanía. Todo esto ante la falta de alternativas
ocupacionales para aquellas personas desposeídas de su dignidad. El
éxito se encuentra, más si cabe, en la
transformación
que ha sufrido a raíz de este movimiento el concepto de ocupación;
algo que hasta hace pocos años se percibía como una lacra marginal
es ahora una cuestión que se reconoce cada día por más personas
como una opción lícita. Aunque no lo suficientemente extendida
todavía como para plantear problemas más serios al sistema como
bien podría ser el cuestionamiento del concepto de propiedad
privada.
La
indignación que sacudió nuestras dormidas conciencias hace más de
dos años con el movimiento 15m no es suficiente si ésta no es
reactiva, prueba de ello es que aquello que ha sumido en el silencio
a este famoso movimiento es lo mismo que ha hecho extensivo a toda la
sociedad los movimientos de stop desahucios: La constancia, o la
falta de ésta. Todos nuestros esfuerzos no sirven de nada si éstos
no van dirigidos de manera constante y organizada hacia cambios
estructurales en modelos endémicos, modelos que nunca han funcionado
para todos pero que hasta hace poco parecía tenernos conformes y
callados por contentar a la mayoría.
Si
nuestra democracia no nos ofrece elementos suficientes para la
participación y el cambio, debemos organizarnos para avanzar hacia
un nuevo modelo alejado de los miedos que durante la transición
hicieron decidir a nuestros padres y abuelos bajo la coercitiva y
alargada sombra de la dictadura. Pero ¿pueden unas pocas personas
cambiar este sistema? ¿Hasta que punto estos movimientos y su forma
de proceder pueden extrapolarse a otros ámbitos? ¿está España
preparada para una revolución?
España
vive sumisa a una cultura globalizada del miedo, un miedo viral que
nos hizo soportar un régimen fascista durante 40 años, un miedo
aprendido que nos inmoviliza y que nos haría soportar cien
dictaduras más porque, cabe preguntarse ¿es nuestro modelo
realmente una democracia? objetivamente yo proclamo que no lo es. Al
margen del sistema electoral o la falta de mecanismos que faciliten
la participación, todos albergamos en nuestras conciencias la
certeza resignada de que las decisiones que nos afectan son tomadas
por organizaciones que de lejos trascienden los límites de nuestras
fronteras y de las propias esferas de la política internacional. Lo
que caracteriza a la tiranía moderna es que ésta no puede ser
identificada y es por eso que nos resulta prácticamente imposible
acabar con ella; también la caracteriza que ha conseguido hacernos
creer que la necesitamos para seguir acumulando los bienes materiales
que nos proporciona. Si la tuviésemos frente a nuestros ojos le
venderíamos nuestras almas por un iphone5.
Una
revolución entendida como una transformación profunda en los
organismos políticos,
económicos
y sociales requiere de millones de revoluciones individuales que nos
impidan repetir los mismos modelos que una y otra vez se nos han
revelado como inútiles y perversos, requiere de millones de
individuos que se nieguen a sostener a las mismas instituciones
rancias y obsoletas cuya máxima expresión, aunque no la única, son
los partidos políticos.
El
empoderamiento del pueblo hacia un cambio estructural pasa primero
por deconstruir todo lo que hasta ahora dábamos por verdadero y
segundo por acabar no solo con los modelos y formas de gobierno
arcaicas y perpetuadas por el poder si no con aquellos que las
sostienen; bien sea mediante el mantenimiento del orden establecido,
bien mediante quienes defienden que existen vestigios de dignidad en
la política institucionalizada. La política institucionalizada
(intencionada y perversamente institucionalizada) anda por ahí
moribunda y vamos a perder la magnífica oportunidad de rematarla, la
oportunidad histórica de gritar a pleno pulmón: “la política
institucionalizada ha muerto” ha muerto víctima de aquellos a
quienes despojó de su condición de ser humano, víctima de un
pueblo que se negó a seguir obedeciendo.
Si
la revolución llega, no temáis, seguro que no comenzará en la
puerta de nuestras casas.