Es difícil gestionar la
impotencia diaria que siento al escuchar y/o participar en espacios y
foros de debate plagados de disyuntivas que solo nos presentan dos
alternativas posibles entre las cuales hay que elegir una. La máxima
“divide y vencerás” es más efectiva cuanto mayor es la
polarización de las ideas y por supuesto de los afectos y es por
ello que estas disyuntivas, que se presentan como verdades absolutas,
se encuentran presentes en los discursos dominantes y se repiten como
un mantra, solo que en lugar de servir de apoyo a la meditación éste
nos invita a no discurrir más allá de lo oficialista.
Alguno de los ejemplos de
disyuntivas más comunes podrían ser público o privado, dictadura o
democracia, izquierda o derecha política, monarquía o república, etc. eso sin entrar a las cuestiones que afectan de forma más
directa a nuestra construcción personal como bien pueden ser hombre
o mujer, homosexual o heterosexual, etc. aunque éstas últimas ni
tan siquiera consiguen visibilizarse en los foros y espacios de
debate públicos. Aclaro que las posibilidades a las que hago
referencia no consisten en modelos público-privados, ecuaciones para
equilibrar gobiernos en función de un mayor o menor grado de
democracia o de autoritarismo, obviamente tampoco hablo de la
creciente moda del centro político. No me refiero a una solución
aristotélica en la que “la virtud se encuentra en el término
medio entre dos extremos viciosos ambos, uno por exceso y otro por
defecto.” Hablo de alternativas revolucionarias que lleven a la
praxis teorías que quizás por sus pretensiones internacionalistas
no han podido desarrollarse plenamente pero de las cuales existen
numerosos ejemplos a lo largo y ancho de este lugar llamado mundo.
No debe suponer una carga
tener un pensamiento divergente pero es muy difícil no caer en la
resignación en una sociedad cuya dinámica de adoctrinamiento
siempre te indica entre qué debes decidir, criminalizando mediante
la continua perversión del lenguaje aquellas opciones que sin duda
pondrían en peligro su grandilocuente alocución. Basta entender
como se descalifican alternativas mediante la manipulación de la
semántica, la palabra griega
“ἀναρχία”,
que etimológicamente significa sin gobierno o sin soberano y de la
cual se desprende todo un movimiento ideológico se desvirtúa
utilizándose como sinónimo de caos y desorden porque se acepta como
axioma que donde no hay poder coercitivo no puede existir orden.
Aún
así cabe destacar como resulta peligroso para el sistema la
celeridad con la que se extienden algunas prácticas e ideas fuerza
de la filosofía anarquista, como la acción directa. Las acciones
llevadas a cabo por las diferentes PAH's a lo largo y ancho del
estado español tanto de scraches a políticos en las mismas puertas
de sus casas y trabajos como la recuperación de pisos vacíos y su
posterior gestión colectiva son acciones que cumplen las premisas
básicas de la acción directa que define en parte la práctica
anarquista:
-Ataque
directo al estado, al capitalismo, y al actual régimen.
-Son
acciones ejecutadas por el grupo y no por ningún/a líder.
-Actúan
directamente contra la persona, el objeto o el símbolo en cuestión.
Con
esto no quiero decir que las PAHs sean de ideología anarquista, es
más, puedo afirmar con pleno conocimiento de causa que no lo son
pero sí han sabido pasar de la reivindicación verbal a la acción
directa, armando todo un tejido social basado en el apoyo mutuo y en
la defensa de intereses privados e individuales que no solo han
conseguido convertir en públicos y colectivos sino que han hecho de
los mismos proyectos enteramente auto-gestionados, utilizando
estructuras horizontales y practicando la democracia directa mediante
el costoso esfuerzo de buscar el consenso. Creo que es en eso en lo
que reside su éxito, utilizando un juego de palabras, en el poder
del empoderamiento.
Sin
embargo, la mayoría de políticxs se apresuran a condenar estas
acciones; al igual que la mayoría de medios de comunicación se
apresuran en reforzar sus dos sectores de los debates, volviendo a
escenificar de manera clara cuál es la disyuntiva de turno. El
debate nunca será sobre la posibilidad de que un grupo de personas
se auto-organice para defender un derecho común sin que un gobierno,
administración, líder o divinidad les guíe o sobre la estupidez de
elevar el concepto de propiedad a la categoría de derecho natural.
El debate será de nuevo una disyuntiva simplista que nos permita
creer cómodamente que nuestra única alternativa sigue siendo el
cambio de gobierno y no la destrucción del mismo en todas sus formas.
Entre
todas las disyuntivas que se escenifican en los distintos espacios
abiertos, franjas horarias y entre los diferentes actores públicos
no cabe la difusión de apuestas auto-gestionarias que funcionan
entre los miembros de una comunidad por la inercia de la cooperación
necesaria para la “super-vivencia” y la “con-vivencia”. Cada
día vemos ejemplos de como diversos grupos y personas se
auto-organizan para atender a las necesidades de los miembros de su
comunidad allí donde al estado, ya sea en términos económicos o
sociales, no le resulta rentable llegar. Igualmente no se visibiliza
la posibilidad real de auto-gobiernos de personas libres y por ello
iguales, educadas sobre la máxima del apoyo mutuo y no de la
competencia.
Si
fuésemos capaces de comprender la importancia del aprendizaje basado
en el mutualismo humano entenderíamos cual es la finalidad de
hacernos competidorxs.
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