¿Has
visto alguna vez un limonero con ruedas? Lo cierto es que este
limonero no es un árbol normal, es, el limonero del señor Manolo y
todo el mundo en Villatoya lo conoce.
Cuando
el padre del señor Manolo murió, el limonero que había sembrado en
aquel patio Valenciano, al igual que el resto de la familia, quedó
huérfano. Cuando alguien muere tod@s nos acordamos de las personas
que quedan, les cuidamos y acompañamos en su duelo pero muy poc@s se
acuerdan de los árboles. El señor Manolo trasplantó el limonero
para tenerlo siempre cerca.
El
pueblo de Villatoya es conocido en La Manchuela por muchas cosas; El
agua pura y diáfana del río Cabriel, hogar de nutrias y libélulas,
de truchas salvajes, oropéndolas y urracas; Sus nacimientos de aguas
termales, culpables de la longevidad de quienes moran tan bellas
tierras; O su increíble huerta, que en otros tiempos alimentó a
tantas familias y que ahora yace más abandonada de lo que tod@s l@s
viej@s del lugar, y ya poc@s jóvenes, desearíamos. Pero desde luego
Villatoya no es famosa por sus limoneros, pues aquí serían
incapaces de sobrevivir a los fríos inviernos, y por eso el señor
Manolo instaló el hogar del árbol sobre ruedas, para sacarlo cada
día al sol en la puerta de su casa y pasarlo cada noche a la
cochera, resguardándole del hielo. Deseaba cuidarlo, como un legado
más de tantos que seguramente mantiene con celo para no olvidar
nunca de donde viene. Un día la casa con ruedas del limonero empezó
a ser pequeña, como cuando un/a joven crece de repente y cansad@ de
caminar mundo ansía tranquilidad para extender sus raíces y seguir
creciendo. Entonces, trasladó el limero a un cachito de monte sobre
las últimas casas del pueblo, una vieja caseta orientada al sur con
un techado y un plástico bien recio para aislar del frío. Y tierra,
mucha tierra. Cada día sube al monte sus garrafas de agua y abre y
cierra una de sus ventanas al mundo. Ahora hay dos limoneros más en
Villatoya, con ruedas, claro. Porque hay personas que además de
mantener con perseverancia un legado son capaces de trascender
dejando el suyo propio.
Y
hay que dar las gracias al señor Manolo, porque yo he visto el
brillo en los ojos de su hija cuando cuenta la historia del limonero
de su abuelo y siente orgullosa como su padre adoptó un árbol que
había quedado tan huérfano como él. Y gracias a esto yo se que ese
árbol nunca morirá, abrigado por unas manos que han sabido recoger
lo sabio y la savia de la vida con generosidad. Y hay que dar las
gracias al señor Manolo, porque a veces una puede pasear por
Villatoya y de repente sentir como el aire trae el olor del azahar
pero también del cariño y el respeto, y de historias que tienen
mucha alma. Gracias, señor Manolo.
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